domingo, 20 de febrero de 2011

Pan BINGO


Pan de molde sin corteza, sin miga, sin pan... ¡BINGO!

Los raros: alimentos ecológicos y transgénicos

Como si de un milagro se tratara, desde tiempos inmemoriales, el hombre aprendió a obtener su alimento sembrando unas semillas y dejando que el sol, el agua y la tierra, las convirtieran en verduras, frutas, legumbres o cereales para comer. La única energía adicional necesaria era la del esfuerzo de las personas que cultivaban los campos.
Pero las cosas cambiaron y la agricultura pasó de ser una actividad con fines de supervivencia a ser una actividad económica y comercial. Se impuso una agricultura cada vez menos variada, menos dirigida al autosustento. Las máquinas y los productos químicos empezaron a adueñarse de los campos de cultivo.
Los nuevos sistemas agrícolas han conseguido importantes aumentos en la productividad, y esto es importante si tenemos en cuenta que la población mundial sigue creciendo y que todos tenemos derecho a alimentarnos.
Pero más producción por área cultivada no significa que el aumento obtenido sea repartido equitativamente, al contrario. Se producen situaciones tan poco racionales como subvencionar a agricultores para que dejen de sembrar y para que destruyan los excedentes cuando en el mundo hay 800 millones de personas que pasan hambre.
Hoy en día la agricultura es una explotación intensiva en la que se utilizan grandes cantidades de abonos químicos, pesticidas y herbicidas, riego artificial, maquinaria pesada para trabajar la tierra o transportar los productos, y despilfarro de energía, agua y materiales y que utiliza superficie habitable y, a veces, forestal que, además tiene un escaso rendimiento en producción agrícola. No son pocos los problemas ambientales y sociales. A consecuencia del riego intensivo se salinizan los acuíferos, y se alteran los ciclos del agua. Y como consecuencia del uso de abonos, plaguicidas y otros productos químicos, se están envenenando la tierra y las aguas subterráneas, e incluso los ríos, y hay una creciente y lógica preocupación sobre los efectos de estos productos en la salud humana.
La utilización continuada de técnicas agresivas en la agricultura provoca erosión y disminuye la fertilidad de la tierra. Se elimina la vegetación natural por grandes extensiones de cultivos, y con ello, se destruyen ecosistemas y se pierde diversidad biológica. La agricultura actual, además, tiene una gran dependencia de los combustibles fósiles y de la mecanización. También depende de la industria química para la fertilización y el control de plagas, o para la selección de semillas. Por eso son las grandes compañías de los países industrializados las que controlan la producción en todo el mundo. Muchos países del Tercer Mundo han abandonado sus sistemas de cultivo tradicionales para producir café, cacao o frutas tropicales para exportarlos, de tal forma que no disponen de suficiente alimento para saciar el hambre de sus propios ciudadanos. Luego resulta que tienen que importar cereales de otros países, por ejemplo, de los Estados Unidos.
A nosotros nos sale más a cuenta comprar, por ejemplo, un mango de Senegal que producirlo en nuestro país. Aquí tendríamos que hacer invernaderos, regar artificialmente y poner abonos. Allí, las condiciones climáticas permiten producirlo sin mucho esfuerzo. Pero habrá que tener en cuenta, también, las otras consecuencias que esto conlleva, para los habitantes de aquel país, para sus ecosistemas y para la salud del planeta en general. Y quien dice un mango, dice un tomate, una fresa o caña de azúcar.
Muchas personas creen que la biotecnología es cosa moderna y casi del siglo XXI pero lo cierto es que la cerveza que elaboraban los egipcios hace 3.000 años, el yogur centroeuropeo descubierto por los rumanos y por casualidad, o el queso camembert que por descuido se le hizo a un monje francés en una cueva son auténtica biotecnología, ¡aunque sus descubridores no lo supieran y nosotros no lo pensemos cada vez que nos bebemos una caña con unos tacos de queso o nos desayunamos un yogur! Son productos de biotecnología porque se elaboran mediante técnicas que utilizan organismos vivos. Pero para hacer yogur, cerveza o queso no se manipula el material genético de esos organismos vivos. Sin embargo en las técnicas modernas que modifican los organismos, lo que se hace es alterar esa información genética que todos los seres vivos tenemos y que es el que determina si seremos rubios o morenos o tendremos la piel seca o si seremos calvos o si un tomate será grande o pequeño o si una manzana será reineta o golden.
La modificación se hace para que esos organismos tengan otras características distintas de las que tienen por sí mismos. Quizás el problema radica justo en esto, ¿para qué se hace la modificación?, ¿es necesaria?, ¿puede provocar otros efectos distintos de los que se buscan? Leemos noticias sobre la soja transgénica y la mayoría de la gente pensamos que no nos afecta porque nunca comemos soja; pero lo cierto es que España es el quinto país importador de este producto y más de la mitad de los alimentos que se pueden comprar en un supermercado tienen soja aunque no lo indiquen. Cuando además nos enteramos de que las empresas que fabrican estos nuevos productos manipulados los mezclan con los originales todavía desconfiamos más y pensamos que si no quieren que sepamos qué consumimos debe ser porque tienen algo que esconder.
Hay cosas difíciles de entender como que se intente que las vacas “europeas” den más leche cuando todo el mundo sabe que los ganaderos españoles tienen limitada la producción de leche y que España paga multas a la Unión Europea por producir demasiada leche.
Además del miedo que puede dar un mundo en el que se puedan fabricar organismos según convenga, aunque pueda parecer de ciencia ficción. Los ciudadanos nos hacemos muchas preguntas: ¿qué ventajas vamos a tener?, ¿serán los alimentos más baratos?, ¿más nutritivos?, ¿de más calidad?, ¿afectará al medio ambiente? Quizás es la falta de información lo que nos hace desconfiar. Quizás que ya estamos hartos de que nos utilicen como conejillos de Indias.
Algunos también temen por la biodiversidad y porque entremos en un proceso contra los organismos vivos del que no sepamos cómo salir. A fin de cuentas, sólo tenemos un planeta y no todos estamos dispuestos a dejarlos en manos de científicos y expertos que, a pesar de aportar importantes descubrimientos para la humanidad también han dado más de un disgusto mientras decían que no había ningún peligro.

Fuente:
Extracto del libro "Consumo sostenible" de Pilar Comín y Bet Font.
 Editorial Icaria / Milenrama

Extraído de CONSUMEHASTAMORIR.ORG


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